Teatro
Inti Amaru

La danza afrocolombiana despierta el Teatro Joyce

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La danza afrocolombiana despierta el Teatro Joyce

El movimiento es pequeño, un pequeño giro en las caderas. Pero, como el temblor que precede a un terremoto, indica cambios mayores. Pronto, los tambores entran en acción y los bailarines se lanzan a la percusión, sacudiendo, ondulando y golpeando el aire con la fuerza de esos tambores.

Con información de The New York Times Momentos maravillosos como éste se repiten en “Accommodating Lie”, la obra de una hora de duración que la compañía afrocolombiana Sankofa Danzafro ha traído para su regreso al Joyce Theater esta semana. Y esas explosiones de tambores y danzas en vivo vuelven a despertar un escenario que la oleada de Omicron había mantenido oscuro y silencioso desde finales de diciembre.

Un día sin reír es un día perdido.
– Charles Chaplin

Maryeris Mosquera Batista, al frente, con miembros de la compañía. Crédito: Julieta Cervantes para The New York Times Pero como sugiere el título de la obra, Rafael Palacios, director y coreógrafo de la compañía, tiene algo más en mente. Una nota del programa caracteriza la obra como una “poderosa llamada a la concienciación” que pretende desmontar los estereotipos “sobre y alrededor” del cuerpo negro, abordando la sexualización y exotización de los afrodescendientes a lo largo de siglos de esclavitud y racismo.

Varias veces, los bailarines se alinean a lo largo del escenario y un vocalista comienza a gritar los precios en español. Se trata de una subasta que relaciona esta representación, esta exhibición de cuerpos negros, con el comercio de esclavos. Sin embargo, la voz del subastador, anidada entre tambores, es tan silenciosa y poco enfática que casi se puede pasar por alto. Esto es característico de esta producción, cuyo mensaje y entrega son curiosamente silenciosos.

Danza Afrocolombiana

Gran parte del simbolismo viene de la mano del diseño escénico (de Álvaro Tobón), empezando por la cortina situada en la parte trasera del escenario, hecha de paja como la que se utilizaba en las faldas que llevaban los afrocolombianos esclavizados. A través de esta barrera, las bailarinas entran y salen, con las hebras enredadas a veces pegadas a sus cuerpos. Algunas de ellas también llevan esas faldas, tirando del cordel para mostrar cómo rozan. O una bailarina puede llevar más cuerda, como una correa sostenida por otros artistas que la enrollan a su alrededor en forma de mayo.

La danza se desarrolla en una serie de episodios, lentos y dilatados antes de estallar, acompañados tanto por la flauta tranquila, las nanas y el tic-tac de la marimba como por las baterías de percusión. Un hombre que parece luchar contra adversarios invisibles ruge y se desploma. Otro hombre lo levanta, en una cuna con forma de piedad, y luego lo vuelve a dejar en el suelo antes de ayudarle a levantarse de nuevo con una danza convulsa, sinuosa y resucitadora. Sin embargo, incluso estas oleadas de intensidad se sienten poco potentes o parpadeantes. Incluso cuando la fuerza de la conexión de la diáspora africana con el tambor se ve aumentada con un toque de hip-hop, hay algo que parece tentativo, quizás retenido.

¿Podría ser esto parte del mensaje, un rechazo a ir a tope con el público? ¿O es sólo el estilo de Sankofa? La obra tiene un gran final. El elenco completo de ocho bailarines avanza en filas, lanzando sus pasos más emancipadores, impulsados por el tambor, y luego mirando al público desde el borde del escenario. El subastador vuelve a ponerse en marcha, ahora con precios más altos. A la una. A dos. Vendido.

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